viernes, 23 de octubre de 2009

ELOY, SIGNIFICA ELEGIDO

Hacia frío, mucho frío. Bien es cierto que pensó en ponerse algo más de ropa, pero luego creyó, que cuando todo empezara, toda la ropa le sobraría y que la que se pusiera de más, le acabaría estorbando. Sin embargo, ahora tenía frío, mucho frío, y le angustiaba pensar que alguien fuera a verle temblar y pudiera pensar que lo que tenía era miedo.
No estaba nada mal para un expósito, acabar en Cuba como un héroe. Ya nadie le llamaba así, Desde que entró en el ejército todos le conocían por su nombre, Eloy Gonzalo. Pero nunca olvidaría lo de expósito, o lo de inclusero, que es como le llamaran durante tantos años, los niños de los pueblos en que vivió su infancia, arrastrado por aquel matrimonio, que por una miseria tuvo a bien acogerle. No eran malos, pero tampoco eran buenos.
Pronto la Luna se ocultaría tras esa enorme nube que asomaba tras los cerros, dejando a oscuras los tiroteados restos del pueblo de Cascorro, entonces seria el momento de iniciar la carrera. Mientras tanto, aprovechaba para memorizar el camino, que a ciegas debería seguir. También repasaba su equipo: colgado a la espalda, para que no le estorbara, el machete, al hombro, la cuerda, que debería ir soltando en tanto avanzaba, con un extremo bien atado a su cintura, el chisquero, en el bolsillo, la tea a la cintura, al otro lado de su cuchillo bayoneta reglamentaria y bajo el brazo, la lata de petróleo. Sabía que podía echar de menos su mauser, pero seria muy embarazoso en su cometido. Cuando todo ardiera, la luz del fuego le convertiría en un blanco fácil. Tendría que confiar en sus piernas, en la mala puntería de los mambises y en la buena de sus compañeros.
Cómo pudo ir a fijarse en semejante mujer. Aún más, cómo pudo llegar enamorarse de ella. Solicitó la licencia de matrimonio, y se la concedieron. A punto estuvo de casarse con ella, pero no lo hizo. Apunto estuvo de matar a aquel teniente, pero ella no se lo merecía. Lo que sí consiguió ella, fue acabar llevándole a Cuba, o eso, o doce años de prisión militar, por insubordinación y por amenazas.
La idea del capitán podría no resultar, pero había que hacer algo. Les estaban matando como a chinches y a tal velocidad, que cuando llegara la ayuda esperada, muy bien podría no encontrar a ninguno vivo.
- ¿A qué día estamos? -dijo el hombre.
- ¿Qué más da uno que otro? –le contestó el sargento.
- Sí que da, mi sargento –dijo el hombre-, si no es la fecha de mi necrológica, a partir de ahora será mi número de la suerte.
- A nueve –dijo el capitán-. De octubre -añadió.
Quién mejor que él, él no tenía a nadie. Nadie lloraría su pérdida, porque no había nadie para perderle. Así lo dijo cuando pidieron voluntarios.
- Solo le pido –dijo después- que si no vuelvo tiren de la cuerda a la que me ataré. No quiero que esos mal nacidos se diviertan jugando a dar patadas con mi cabeza.
El tiempo pasaba lento, sentía como si cada par de ojos que a esa hora pudieran permanecer abiertos estuvieran fijos en él, los de los suyos y los del enemigo.
- Toma, enciéndelo- le dijo el capitán ofreciéndole un veguero-. Y ten cuidado, no se te apague, antes de pegar fuego al bohío.
- Con todos mis respetos, mi capitán, si voy con el cigarro encendido, alguno de esos encontrará entretenimiento en hacer puntería en la brasa, que se irá avivando con la carrera –el hombre lo rechazó, poniendo delante la mano-. Encenderé la tea que llevo, con un chisquero de mecha.
- Tienes mucha razón –contestó el capitán sin retirar la mano-. Tómalo de todas formas –insistió-, fúmatelo cuando vuelvas.
- A sus órdenes, si vuelvo, mi capitán –dijo guardándoselo en el bolsillo de la camisa.
La oscuridad se hizo total, el capitán buscó la Luna en el cielo y no la encontró, entonces le dijo al sargento: ahora. El sargento le tendió la mano al hombre y le dijo: ahora. El hombre le entregó al sargento el otro extremo de la cuerda, se santiguó, afianzó la lata a su costado y saltó el parapeto. Una vez arriba, empezó a correr y pronto se perdió en la oscuridad.

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