domingo, 10 de enero de 2010

MUERTE DE DAOIZ

Entre los textos que con motivo de “El Bicentenario”, de manera compulsiva, me he entregado a leer, he tenido la suerte de encontrarme con el informe que el teniente Rafael de Arango redactó a su superior, en relación con los hechos del día dos de mayo de 1808, en el Parque de Artillería de Monteleón. En el se narran, con unción, las últimas horas de la vida del capitán Daoiz. Me ha parecido que debía de transcribirlo, para poderlo compartir con todos vosotros. Si te parece, busca un momento de intimidad y lee esta narración. Te llevará poco tiempo, pero la sensación que te dejará será intensa y duradera.

...el general francés reconvino ásperamente a Daoiz, que fue lo mismo que excitar y provocar la cólera del León. Tal pareció el ceñudo español, que aún tenía empuñado su sable, sin duda con el propósito de que victorioso o muerto no más volviese a la vaina: y respondió acometiendo al general, que nada caballero y magnánimo no se contentó con parar el golpe, sino que permitió que cinco o seis de sus oficiales y soldados acribillaran a estocadas y bayonetazos a su nobilísimo adversario. De este modo villano fue como lograron los franceses teñir sus aceros con la sangre del más valiente de los valientes que pelearon en aquel día por la más justa de las causas. Por fortuna su cuerpo no fue profanado; todavía respiraba cuando llegamos a socorrerle; lo cargamos y condujimos a un cuarto inmediato a la puerta, y teniéndolo yo recostado sobre mi pecho corrió su sangre espirituosa por mi vestido. Su aspecto allí era el de un héroe moribundo, a quien no solamente rodeaban nuestros suspiros, nuestra admiración, nuestro respeto, sino que algunos franceses, con recogimiento sentimental, se acercaron a contemplarle y ofrecer sus servicios; con tal solicitud que uno de los cirujanos, posponiendo sus propios heridos, se ocupó en curar a Daoiz y hasta mandó a la botica por una bebida que le hizo tomar a cucharadas. Todo fue infructuoso. El alma del hombre del Dos de Mayo se desenredaba ya de su envoltura terrenal: la amarillez sombría de la efusión de sangre había reemplazado al color de su brío, nunca amortiguado en los peligros, movía poquísimo y sin muestra de congoja aquellos miembros muy ágiles en el combate: de cuando en cuando abría enteros los ojos... ¿únicos enjutos en aquella luctuosa escena!... En tal extremidad lo llevaron a su casa, donde exhaló el último aliento de su perseverancia en la lealtad española.

Para ser un informe, tiene la capacidad de arañarle a uno en el pecho. Conmueve, a mí por lo menos.