martes, 29 de diciembre de 2009

FRANCISCO GALLEGO

Me llamo Francisco Gallego Dávila, y soy natural de Valdemoro. Mi vida la tengo entregada, desde muy pequeño, a las labores que me han ido encomendando, en el servicio al Señor. Los últimos años los he dedicado a ejercer como capellán en el Convento de la Encarnación, aquí, en Madrid.

El Jueves Santo pasado, tuve que aceptar el mandato de cerrar las puertas del la iglesia durante la noche, no fuera a ser que aprovechando el ambiente que reinaba en la ciudad, tanto nacionales como foráneos, aprovecharan para expoliar, destrozar o profanar el templo.

No sé si algún día conseguiré entrar en la Gloria, pero hoy he entrado en la Historia. He alcanzado el dudoso honor de ser sentenciado a muerte por el mismísimo Joaquín Murat. Y es que pasé toda la mañana batiéndome con los héroes, como uno más, al lado de los alzados, en los alrededores del Palacio Real. Nunca me sentí más orgulloso de lo que hacía. Sin embargo, cuando me encontré, en medio del combate, con Domingo Pérez, Ayudante de la Real Caballeriza, no dejó de insistir para que me retirara. Que tuviera en consideración mi condición, me decía. No tengo ni que decirlo, no lo consiguió.

Cuando me llevaban detenido, achacaban haberme sorprendido portando una espada, nos cruzamos con el mismísimo Murat. Lástima estar atado y sin la espada al alcance la mi mano. Al señor duque debió de llamarle la atención mi vestidura talar. Hizo detener con un gesto a los que me llevaban y con la mirada les interrogó. Satisfecha su curiosidad, dirigiéndose a mí, me habló.

- Quien a hierro mata, a hierro debe morir.

- Qui in gladio occiderit, gladio peribit, te digo yo a ti también. No sabéis con quien os estáis metiendo. No sois enemigo para mi Señor. Y ahí va otro que puedas entender: Dios castiga sin piedra ni palo.

- Malditos curas. Acabaremos con vuestra Iglesia, aunque tengamos que acabar con vosotros primero – y luego dirigiéndose a los suyos-. ¡Lleváoslo! Y no dejéis de apuntar a éste en la lista.

Don Francisco fue arcabuceado por los franceses la madrugada del 3 de mayo de 1808 junto a otros cuarenta y dos patriotas, elegidos por sorteo entre otros detenidos. Las víctimas procedían de los depósitos de detenidos de Chamartín, de la Puerta de Santa Bárbara y del Cuartel de los Gilitos. Tras haber sido ofendidos de palabra y obra, se condujo al grupo elegido hasta la Montaña del Príncipe Pío. Allí, a las cuatro de la mañana, que fueron arcabuceados junto a la tapia y abandonados en una fosa cavada por sus verdugos. Don Francisco fue retratado en su momento final por su tocayo Goya, en el cuadro de Los fusilamientos del 3 de Mayo, se le reconoce fácilmente por la tonsura de su cabeza y el hábito gris que lleva. Allí permanecieron, en el fondo de la fosa, sin recibir cristiana sepultura durante nueve días, “que no se toquen los cadáveres“, ordenó Murat, como escarmiento, que sujetara la ferocidad de los madrileños y para evitar que las exequias fueran germen de nuevos altercados.

Cuando las autoridades francesas dieron permiso para darles sepultura. Los hermanos de la Congregación de la Buena Dicha rescataron los cuerpos y los enterraron en un pequeño cementerio próximo, propiedad de los empleados del cercano Palacio Real.

“El día 12 de mes de Mayo de 1808 fueron enterrados en el campo santo de esta Real Parroquia de San Antonio de Padua de la Florida, 43 difuntos que fueron hallados en un hoyo de la montaña que llaman del Príncipe Pío: los mismos que fueron arcabuceados por los franceses el día 3 de dicho mes a las cuatro de la mañana, y al tiempo de la excavación fueron reconocidas las personas siguientes: Manuel Antolín, D. Francisco Gallego y Dávila, Juan Antonio Serapio, Domingo Braña, Rafael Canedo, Antonio Mazías de Gamazo, Antonio Zambrano, Martín de Ruicavado” acompañada de la siguiente nota al margen: “Españoles arcabuceados por los franceses”. Del “Libro de entierros que principia este año de 1799″, fol. 8. vto. Año 1808.

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