sábado, 23 de enero de 2010

LA MINA DE PONTE

Si Franco se ofreció a participar en la campaña rusa, bien pudo ser por pagar una deuda, aunque hay muchas formas de pagar. También pudo ser la forma que tuvo de evitar que las tropas de Hitler cruzaran España, con el objetivo de “hacernos el favor” de invadir Gibraltar. En esa trampa ya cayó, más de cien años antes, el listillo de Godoy a manos de Napoleón.
Llevar a efecto la oferta lo tenía chupado Franco. Fue tal el número de solicitudes, que los alemanes tuvieron que poner límites a las inscripciones. No es lógico pensar que fue la campaña de propaganda de Franco la que llevó a incautos jóvenes a hacerse matar en la fría Rusia. Por muy pesado que se pusiera Franco, la realidad es que los falangistas, los que no lo eran y los militares, fueron voluntarios. Para los militares, yo no lo soy, pero me imagino que era un caso de "profesionalidad". ¡Manolete, si no sabes torear pa qué te metes! En el caso de los civiles, es lógico que después de tres años de guerra, con las fábricas destruidas, los cultivos arruinados, las casas derruidas y/o las familias enterradas, la mejor salida para muchos, fuera la de continuar la guerra, y hacerlo contra los culpables de su miseria, allá donde se encontraran, ya fueran los comunistas, los del bando nacional, ya fueran los nazis, los del bando republicano.
Los jóvenes españoles de entonces, no tenían menos formación que los de ahora, para lo habitual en esa época. Lo que sí tenían, era menos información, y eso no estoy seguro de que fuera malo.
Menos fervor bélico del que se les achaca, y menos fanatismo ideológico. Lo que había era mucha miseria. Y mucho odio a quien se la había traído.
Hitler por su parte, recibió al contingente español como a un invitado de compromiso, como una ayuda que no necesitaba. El ejército alemán los despreciaba, por ver en ellos a unos hombres zafios y bulliciosos, y por ser unos descarados incapaces de guardar las distancias con sus mujeres. Pronto cambiaron de opinión por el arrojo que los españoles demostraron y el sacrificio al que se sometieron, en algún caso para salvar a alemanes en apuros.
A pesar de todos los sinsabores, hubo algo que los alemanes no terminaban de ver bien: la confraternización con los civiles rusos y el buen trato dispensado a los cautivos.
Los actos de heroísmo individual o colectivo sembraron el territorio en conflicto. Para muestra, un botón.
El cabo Ponte, un herido más, que camina por una carretera, en una interminable hilera formada por otros como él y por los trineos en los que los camilleros transportan a los heridos impedidos. Cada poco han de evitar ser atropellados por las ambulancias, que abarrotadas por los heridos más graves, se las ven y se las desean para poder sortearles.
Quizás en esos momento, en su Coruña natal, hay alguien que se acuerda de él. Quizás en Radio Nacional, el locutor dedique unos minutos a la suerte de los españoles en el frente ruso. Quizás nadie se acuerde ya de ellos.
Tras un terraplén, aparece un carro de combate ruso, que se lanza contra la columna haciendo fuego. Antonio Ponte se queda paralizado. En la mente del cabo se representa la matanza que minutos después se va a desarrollar. Recuerda que en su mochila lleva una mina. Corre al encuentro del blindado, se esconde, deja que este le rebase, salta sobre él, coloca la mina. Sabe que los cinco segundos restantes no le serán suficientes para apartarse. Tres, cuatro. Ambos saltan por los aires.

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